martes, 2 de octubre de 2012

I

La luz que traspasaba sus párpados la molestaba. Abrió los ojos intentando descifrar las formas que la rodeaban. Pronto las reconoció: estaba en su habitación. Sólo había sido un sueño, pero.
Parecía tan real.
Además, hacía tiempo que éste se repetía. Siempre el mismo tono apagado, siempre las mismas voces, siempre Madrid envuelto en una aureola de misterio mágica. Siempre él.
Aunque decidió restarle importancia. “Sólo es un sueño, tía”, se dijo. Y su habitual escepticismo no opuso resistencia a su razonamiento.
Se revolvió sobre su colchón, estirándose. A pesar de su enigmática somnolencia, había descansado. O esa sensación tenía.
Se deshizo de las sábanas que la cubrían, concienciándose de que lo que ahora empezaba era rutina. Rutina de la que quema, deshaciéndote en cenizas.  
Anhelaba cada vez más su mayoría de edad. Creía que ésta suponía libertad. Necesitaba poseer su vida, ser suya. Pero todavía le quedaban tres años, y el tiempo para ella pasaba demasiado lento. Bueno, el tiempo nunca estuvo a su favor.
Se desnudó, impresionando al espejo con su figura. Le gustaba cuidarse y eso se notaba en su reflejo. Era consciente de que su cuerpo era capaz de inspirar muchos suspiros, pero jamás le dio importancia. Le costaba quererse. Y más teniendo en cuenta que las permanentes ojeras que lucía su rostro bajo el verdor de su mirada solían ahogar dichos suspiros.
Cogió lo primero que pudo del armario y se vistió ágil. Ni siquiera maquilló su palidez o cepilló su pelo. Se limitó a recogerlo en una rápida coleta y se lavó la cara. Volvía a llegar tarde. Se calzó unas deportivas cargándose su mochila a la espalda mientras buscaba algo para desayunar. Un “Mamá, me voy corriendo, luego te veo” sin respuesta sirvió como única despedida.
“Todas las mañanas lo mismo”, pensó mientras el frío del pomo penetraba en sus dedos. Pensó también en lo que le esperaba: un día colmado de sonrisas vacía, halagos hipócritas y alguna que otra carcajada sincera en aquel carnaval de máscaras sin encanto que representaba para ella el instituto.
De repente, una imagen se reveló en su mente: oscuridad, una camisa, frío, un libro.
“Ojalá”, suspiró ya cansada, “ojalá estuviera ahora soñando”.
Y cerró la puerta tras ella.

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